lunes, 24 de abril de 2017

¿A quién creerle?

Llegaron las elecciones... y pasaron las elecciones. Resultados de exit-polls diferentes dependiendo de la encuestadora. Denuncias de fraude por un lado, oídos sordos por el otro. Un proceso de recuento poco convincente, con actas extrañamente planas, y un tamaño de muestra que no afectaría para nada el resultado final, así todas las actas hubieran sido favorables al candidato de la oposición, después del recuento. Y al final, me da lo mismo, pues no confío en el candidato de gobierno (no tanto por él, si no por el círculo que lo rodea y asesora), ni en el opositor, no tanto por su ideología política, si no por lo falso que se ve, fingido, forzado, no es político pero aprendió demagogia al andar. Su compañero de fórmula es otra historia, político de profesión, busca pleito por vocación.

¿Y cómo llegamos a esto? El oficialismo aún tiene una gran aceptación del pueblo, a pesar de todo. Es fácil sobrevivir a los escándalos si no se hace investigación alguna. He visto varias publicaciones que listan los múltiples escándalos relacionados a funcionarios del actual gobierno, los cuales han tenido eco en los medios privados, pero jamás se los menciona en los medios públicos, así como al candidato opositor se lo estigmatizó como responsable del feriado bancario en los medios públicos en la más sucia de las campañas, y en los privados no se mencionaba esta supuesta relación. Uno siente que vive en 2 países distintos, o al menos en 2 realidades distintas: uno solo debe escoger el medio que se ajuste a su conveniencia o ideología para vivir tranquilo. El opio de los pueblos ahora es la comunicación: ya no escoges a qué dios seguir, ahora escoges a qué medio hacerle caso. Y de repente el pueblo enfrentado, repitiendo lo que escucha o lee en los medios, sin saber si es verdad, sencillamente si salió en las noticias, debe serlo. ¿O no?

¿Cómo saberlo? Es difícil cuando no sabemos qué pasa, cuando estamos tan ocupados en nuestro propio mundo que no nos involucramos, queremos que todo funcione bien sin contribuir en ello. Se puede pensar que pagar impuestos es hacer nuestra parte, pero no es suficiente. Nos acostumbramos a darle nuestro voto a gente que no conocemos más que por los medios, y la línea editorial de los medios está directamente influenciada por los intereses políticos-económicos de sus dueños, sin importar qué tan imparciales se intente o se aparente ser. Terminamos votando por el que dice lo que queremos escuchar, por quien se ve mejor en pantalla, por quien compró nuestro voto con regalos, por el papá de un amigo... pero no los conocemos. O peor, votamos por quienes conocemos, y sabemos que no son la mejor opción, pero mejor malo conocido, que malo por conocer. La incertidumbre nos puede hacer tomar malas decisiones... o quién sabe, buenas decisiones al final. Pero en realidad, no lo sabemos.

¿Qué hacer? Hay que involucrarse, hay que aprender a conversar de política con la gente sin fanatismos, con capacidad de reflexión y ganas de contribuir a la sociedad. La política, el arte de ganar más cediendo menos, debería estar al servicio de la sociedad, no deberían estar al servicio de unos pocos para gobernar sobre el resto. ¿Vivir de la política, es correcto? Alguna vez, en una conversación casual, cuando cuestioné este modus vivendi, me dijeron "no seas ingenuo, así es la política, una vez que se está adentro, hay que sacar todo el provecho posible". ¿El idealismo es sinónimo de ingenuidad? ¿Querer trabajar por la sociedad sin esperar que después la sociedad trabaje para mí en retribución, es ingenuo?

La democracia fue una de las mayores contribuciones de la antigua Grecia a la sociedad, pero fue diseñada para que el pueblo contribuya permanentemente, cualquiera que lo desee podía participar en la asamblea para iniciar juicios, proponer leyes, y tenía derecho a ser escuchado, sin necesidad de ser investigado ni escrutado, pues esto solo aplicaba para servidores públicos. Nuestra democracia consiste en rayar una papeleta y esperar que gente que no conocemos realmente haga lo mejor para el pueblo (o para nuestro grupo de interés), y si no, esperar 4 años para rayar otra papeleta. Esto no es democracia, es un ejercicio de relaciones públicas, un concurso de popularidad, casi un sainete. Y nos seguimos quejando de los mismo de siempre, cuando nosotros somos los que los elegimos, los que decidimos creerles. Pero en esta situación, ¿a quién creerle?